Dosier: «Ruralidades en transición» coordinado por Soledad Morales PérezNÚMERO 25 (NOVIEMBRE 2025)
UNA INVESTIGACIÓN CUALITATIVA

En relación con la tierra. Tres generaciones de campesinado catalán en la Cataluña Central

Resumen

Este artículo examina las formas de habitar, trabajar y vincularse con la tierra de tres generaciones de familias dedicadas al campesinado y al sector primario en la Cataluña Central. A partir de un trabajo cualitativo basado en historias de vida y entrevistas en profundidad, y garantizando el anonimato al tratarse de municipios pequeños, se resiguen continuidades y transformaciones en prácticas laborales, relaciones con el ganado, la clientela, los proveedores y las instituciones. Las trayectorias muestran tres giros principales. Primero, la tecnificación creciente y la orientación a la producción en masa que estandariza procesos y reduce márgenes. Segundo, un nuevo enfoque de la producción de proximidad (kilómetro cero) basado en la confianza directa y la calidad del producto, a pesar de las tensiones regulatorias. Tercero, la diversificación hacia el sector servicios con la oferta de «experiencias auténticas» y actividades complementarias para sostener la economía familiar. La mirada generacional permite entender cómo se heredan oficios y formas de vida, cómo las políticas, regulaciones y procesos de tecnificación se van configurando y van redefiniendo el trabajo, y qué incertidumbres se abren cuando la continuidad de la explotación no es clara. El texto concluye que la dificultad de sostenerse exclusivamente con el trabajo de la tierra impulsa estrategias híbridas que combinan producción, proximidad y servicios, en un campo marcado por normativas exigentes y por la presión de un mercado que tiende a concentrar la producción alimentaria en manos de pocas y muy grandes empresas.

campesinado;  historias de vida;  kilómetro cero;  tecnificación;  consumo de experiencias;  normativización;  procesos de cierre;  Cataluña Central; 
Abstract

This article explores how three generations of families dedicated to peasantry and the primary sector in Central Catalonia live, work, and relate to the land. Using qualitative methods such as life stories and in-depth interviews, and ensuring confidentiality due to the small size of these municipalities, we trace continuity and transformations in labour practices, and relations with cattle, clients, suppliers, and institutions. The trajectories reveal three key milestones. First, increasing technification and mass production aimed at standardizing processes and lowering margins. Second, a shift back towards a new form of localized production (last mile) based on direct trust and product quality, despite regulatory challenges. Third, diversification into the service sector, providing “authentic experiences” and supplementary activities to support the family economy. The generational perspective helps us understand how trades and lifestyles are inherited, how technification policies, regulations, and processes are shaped and work is redefined, and the uncertainties that arise when the continuity of family farms is uncertain. The paper concludes that the challenge of sustaining livelihoods solely through land work leads to hybrid strategies combining production, proximity, and services – within a context marked by strict regulations and market pressures that tend to concentrate food production in the hands of a few very large companies.

peasanthood;  life stories;  last mile;  technification;  experience consumption;  standardization;  closure processes;  Central Catalonia; 
Introducción

La investigación que estructura y nutre este texto tiene como eje principal la pregunta sobre las formas de habitar, trabajar y relacionarse con la tierra de tres generaciones de personas dedicadas al campesinado y al sector primario en la Cataluña Central. Concretamente, me preguntaba por sus prácticas de trabajo y por los cambios que estas han sufrido a lo largo de las décadas, pero también quería conocer sus formas de vinculación con la tierra y con el entorno, más allá de la dimensión estrictamente laboral. Esta mirada pretende acercarse a los ritmos concretos de la vida campesina; los que marcan las estaciones, los animales, el mercado y las instituciones, y entender cómo se entretejen en el día a día (Pujadas, 2002; Fuchs-Heinritz, 2015; Marsden, Banks y Bristow, 2000; Hinrichs, 2000).

1. Metodología y consideraciones éticas

Para acercarme a estos testigos y experiencias, contacté con tres personas de Osona y el Bages que me abrieron la puerta a sus contactos. Gracias a esto pude llegar a ocho familias, tres de las cuales me recibieron en su casa para trabajar y recoger sus historias de vida. Estas historias me han permitido captar los cambios, las transiciones, las decepciones y los proyectos que hilvanan la narrativa del texto, y a la vez reseguir el orgullo, la frustración, el desgaste y la perseverancia que aparecen una y otra vez en los relatos (Pujadas, 2002; Atkinson, 1998; Bertaux, 2005; Fuchs-Heinritz, 2015; Riessman, 2008).

Con la voluntad de preservar el anonimato de las personas participantes, no se comparten ni los nombres ni los municipios concretos donde se llevaron a cabo las entrevistas. Esta decisión responde a criterios éticos y a la práctica habitual en investigaciones realizadas en poblaciones de menos de 20.000 habitantes, donde la identificación podría ser fácil incluso con pocos detalles. Por lo tanto, cuando el texto cita lugares o actores del territorio, lo hace de manera general; sin especificar localidades, otras familias, entidades o grandes empresas, para proteger a los participantes y el contexto en que viven (Kaiser, 2009; Tolich, 2004; Wiles, Crow, Heath y Charles, 2008).

2. Alcance territorial y perfil de las familias

En los relatos e historias de vida recogidos y analizados, tanto en las narrativas más íntimas y familiares como en las más estrictamente profesionales, los cambios se reflejan con claridad. No partíamos de una búsqueda centrada en un tipo concreto de transformación: se identificaban cambios en las prácticas profesionales, pero también en las formas de vincularse con la tierra y con el ganado, y en la manera de relacionarse con clientes, proveedores e instituciones. La atención se dirige, pues, a las prácticas cotidianas de los agricultores y ganaderos, entendidos como el espacio donde convergen aspectos laborales, familiares y sociales y donde se expresan tensiones como por ejemplo el aumento de la burocracia, la presión de los precios o la necesidad de innovar sin perder el arraigo, de seguir unas normativas cada vez más estrictas, sin perder la artesanía (Marsden, Banks y Bristow, 2000; Murdoch, Marsden y Banks, 2000; Hinrichs, 2000).

El objetivo del artículo es reseguir las preocupaciones, las trayectorias, las experiencias vitales y los imaginarios de futuro de personas que se dedican al campesinado, la ganadería y la agricultura en la Cataluña Central. Nos centramos en tres familias que incluyen tres generaciones, lo que permite observar, a la vez, continuidades y transformaciones significativas en la manera en que estas personas han vivido y viven su relación con la tierra y con el trabajo cotidiano. Esta perspectiva generacional da fundamento a los relatos: permite ver cómo se transmiten oficios y valores, qué cambia con las nuevas tecnologías y qué incertidumbres se hacen presentes cuando el futuro de la explotación familiar no está claro.

La investigación buscaba, más concretamente, comprender cómo las prácticas de trabajo y las formas de vinculación con la tierra y con el entorno han ido variando a lo largo del tiempo (Ayuntamiento de Manresa y Consejo Comarcal del Bages, 2021; Idescat, 2020; Observatorio Socioeconómico de Osona, 2025). Nos interesaba ver cómo se expresaban estos cambios en los relatos familiares y profesionales. No se perseguía un cambio específico, sino que se constataban transformaciones en diferentes dimensiones: la relación con la tierra y con los animales, la manera de tratar con la clientela y con los proveedores, y el vínculo con las instituciones que regulan, controlan, ahogan o apoyan al sector. Esta mirada quiere ser, sobre todo, una manera de escuchar y de ordenar aquello que los protagonistas explican cuando ponen palabras a su trabajo y a sus vidas.

Para recoger los datos necesarios, las familias se identificaron mediante el método de bola de nieve y a partir de contactos previamente establecidos en municipios de menos de 10.000 habitantes (Noy, 2008). Después de entrevistas de carácter exploratorio, se seleccionaron tres familias en las que había tres generaciones dedicadas al trabajo de la tierra y con el ganado. Este criterio garantizaba una mirada lo suficientemente larga en el tiempo para observar cómo se reconfiguran las prácticas y las relaciones con el entorno.

La condición para formar parte del estudio era que hubiera habido tres generaciones de una misma familia trabajando la tierra. No era imprescindible que todas hubieran realizado las mismas actividades específicas; de hecho, como veremos, una constante en estas trayectorias es el cambio en la manera de trabajar. El requisito fundamental era que fueran familias vinculadas a un mismo lugar y que hubieran trabajado en una misma masía (en una misma localidad) a lo largo de tres generaciones consecutivas, un continuo territorial que ayuda a entender cómo el espacio también tiene memoria (Halbwachs, 1992 [1950]).

Las entrevistas y las largas conversaciones que conforman las historias de vida se llevaron a cabo bajo un estricto compromiso de anonimato y de anonimización de datos. Por eso solo indicamos que se trata de familias del sector primario de la Cataluña Central y no ofrecemos detalles sobre municipios, localidades, otras familias, entidades o grandes empresas mencionadas en los relatos. Lo que sí podemos indicar es que las entrevistas se han realizado en comarcas de la Cataluña Central, principalmente en el Bages y en Osona, que constituyen el ámbito territorial de la investigación.

3. Continuidades y diferencias

En este marco territorial y generacional de referencia, las historias de vida muestran cómo, a pesar de las diferencias particulares, las tres familias comparten trayectorias marcadas por el trabajo de tres generaciones en el sector primario. Pero el punto de partida es desigual y esto también matiza la manera en que se explican. En una de las familias, la generación de los abuelos partía de no tener nada: trabajaban por cuenta ajena hasta que, con mucho ahorro y esfuerzo, consiguieron comprar el que acabaría siendo el centro del negocio y el hogar familiar. A partir de aquel primer núcleo, la casa, los campos, las naves y la maquinaria, se pudo construir una actividad que ha llegado hasta la tercera generación. En otra familia, el punto de partida era muy diferente: el patrimonio de dos masías y unas siete hectáreas de tierras había pasado de tatarabuelos a abuelos y de abuelos a padres. La dedicación a la tierra ha estado siempre presente, pero con momentos de auge y momentos de decadencia, de más y menos dedicación e incluso con épocas residiendo en la capital de comarca o en Barcelona, sin que esto haya comportado nunca un salto más allá de lo que es una explotación familiar modesta. La tercera familia disponía de una finca más amplia, de más de diez hectáreas, y de una masía documentada desde mediados del siglo XVIII. A lo largo del tiempo han vendido algunos campos y han comprado otros, pero han mantenido una extensión relativamente estable (Lobley, Baker y Whitehead, 2010; van der Ploeg, 2008).

A pesar de estos puntos de partida diferenciados, las tres familias coinciden en un aspecto clave: ninguna de ellas ha hecho nunca un salto de clase significativo ni se ha transformado en una empresa agroalimentaria de gran escala. Las trayectorias se han mantenido dentro de los márgenes de una explotación familiar, transmitida y sostenida de generación en generación. Esta continuidad es, de hecho, el punto de apoyo desde el cual se pueden observar los cambios.

4. Tres giros en las trayectorias intergeneracionales

Precisamente es en esta continuidad donde emergen los ejes de análisis que atraviesan los relatos de las tres familias. Son hilos compartidos que aparecen una y otra vez en las historias: el paso de un mundo artesanal a un mundo cada vez más tecnificado, normativizado y burocratizado; el giro hacia la proximidad y el kilómetro cero en las últimas décadas; y, más recientemente, la necesidad de explorar caminos nuevos a través del sector servicios y la oferta de experiencias «auténticas» que permitan diversificar los ingresos. Los tres giros pueden leerse como respuestas a un mismo problema de fondo: la dificultad creciente de sostener la vida familiar únicamente con el trabajo de la tierra y con los animales (Wilson, 2001).

4.1. Primer giro: tecnificación y producción en masa

Un primer giro compartido, experimentado durante los últimos años del franquismo y aceleradamente después de la Transición, fue la creciente tecnificación del trabajo en el campo, que conduce a una producción en masa cada vez más estandarizada y protocolizada, sobre todo en relación con la actividad ganadera. Las personas entrevistadas explican que, en los primeros tiempos, el negocio familiar se podía sostener con la fuerza de trabajo de la propia familia, con algún asalariado ocasional y con un conocimiento adquirido a través del contacto diario con la tierra y el ganado. Lo que hacía falta eran ganas de trabajar y, como decía uno de los testigos, «estar atento a cuándo se abría la ventana de oportunidad». Una inversión puntual en el momento adecuado podía cambiar la trayectoria de la familia. La salud y la fuerza de trabajo eran el elemento decisivo: cualquier dolencia grave podía hacer tambalear el proyecto.

Los giros que narran estas familias en su trayectoria intergeneracional no son giros que se van gestando despacio, casi imperceptibles, sino puntos de inflexión, momentos de aceleración y de condensación de transformaciones, que les ponen contra las cuerdas y les obligan a ajustar el rumbo de su trabajo y su vida. Desde aquel primer periodo, más manual y artesanal, que los relatos situan en los años cincuenta, marcado por jornadas largas y trabajos durísimos, se pasó a un sector cada vez más tecnificado y orientado a la producción en masa. Las formas de alimentar a los animales, de tener al ganado o de cultivar la tierra se transformaron en procesos estandarizados y protocolizados que permitían producir mucho más y mucho más rápido. Y durante unos años, con un buen rendimiento económico.

Con el paso de los años, esta orientación a la producción en masa se intensificó aún más. Las empresas proveedoras, de pienso, por ejemplo, imponían protocolos estrictos, los márgenes de ganancia se hacían cada vez más pequeños y las posibilidades de hacer de más y de menos, de dar un toque personal al trabajo, quedaban reducidas a la mínima expresión. Los precios (y, por lo tanto, los beneficios) se estancaron mientras las exigencias de producción crecían, y la calidad de los productos no aumentaba y, en algunos ámbitos, incluso descendía. En todo esto, había un elemento que persistía para las tres familias: en paralelo a la producción masiva, mantenían un huerto y algunos animales para el autoconsumo, criados como antes, como un hilo de continuidad con el pasado y una garantía de calidad alimentaria, por lo tanto, un hilo de continuidad también hacia el futuro. Los nietos de la primera generación de entrevistados, de pequeños, se criaron alimentados con la mejor calidad que podían producir, rodeados de campos y animales, y lo que iba a la cadena alimentaria de producción masiva era el producto de la empresa, pero no algo que se consumía en casa.

Hacia finales de los años noventa e inicios del nuevo siglo, este modelo de producción en masa se volvió cada vez más insostenible. Las familias hablaban de jornadas de catorce horas que, a pesar del esfuerzo, no permitían vivir dignamente. Y es aquí donde sus trayectorias divergen: una familia abandonó del todo la actividad agrícola y ganadera; otra se reconvirtió, dejando atrás la producción masiva de cerdos y pollos para apostar por una granja propia de huevos y pollos, vendidos directamente y complementados con una tienda de productos agrícolas locales, a la vez que todavía crían algunos cerdos para circuitos más masificados; y la tercera paró la actividad durante quince años, hasta que la tercera generación, reenganchando a la segunda, la retomó con una producción de proximidad, más artesanal y fuera de los circuitos masivos (Hernando, 2014; Alessandrini, 2024).

4.2. Segundo giro: retorno modificado a la artesanía y la proximidad

En este contexto, las familias explican cómo, desde hace veinte años, han podido encontrar en la producción alimentaria de kilómetro cero una nueva vía a explotar. El aumento de interés por el consumo de proximidad, el interés creciente por saber de dónde vienen la carne y las verduras que se consumen por parte de algunos sectores de la población han abierto una rendija para pequeños negocios que quieren diferenciarse. Pero ninguna de las familias ha optado por obtener el sello oficial de ecológico. El cálculo es meramente económico: el coste no compensa los beneficios. Prefieren basarse en la confianza directa con el consumidor y en unas garantías de producción propias, que han terminado por convertirse en marca de la casa. Saben que si el producto no es de calidad, la clientela no volverá.

Aun así, esta apuesta por la calidad y la proximidad se ha ido encontrando, cada vez más, con una paradoja que ahora mismo los lleva hacia el tercer giro. En un momento en el que se reclama impulsar la transición energética y ecológica, las normativas, cada vez más exigentes, establecen requisitos que solo las grandes empresas pueden permitirse implementar. Los procesos de etiquetado, envasado, higienización, que a la vez comportan indirectamente un mayor uso de plástico, de embalaje y de conservantes para garantizar las fechas de caducidad, parecen remar en la dirección opuesta a la producción de proximidad y de calidad de toda la vida en un contexto de sostenibilidad ecológica. Las familias viven esta contradicción como uno de los grandes obstáculos de su trabajo. Una persona de la segunda generación de una de las familias lo expresaba con contundencia: «Para las grandes empresas, como xx o yy, un pequeño productor no hace daño, dos pequeños productores tampoco, pero si somos muchos y hacemos producto de calidad, ellos pierden un trozo del pastel. Y, por avaricia, porque no conocen límites, son capaces de forzar cambios de normativa, hacer grandes instalaciones e inversiones, incluso de asumir pérdidas, para ahogarnos hasta que desaparezcamos, para quedarse con todo el pastel y no dejarnos ni una migaja».

4.3. Tercer giro: diversificación hacia el sector servicios

«Experiencias de proximidad mientras comemos productos de grandes superficies».

Con esta cita de una de las conversaciones encontramos un diagnóstico que, a pesar de la diversidad de valoraciones entre las familias, es bastante compartido entre ellas. Con estas palabras, introducimos el último giro que hemos podido identificar en este estudio.

Por ahora, las tres familias se encuentran iniciando una nueva etapa. Tras la asfixia provocada por el agotamiento, por la burocracia y por unas normativas difíciles de asumir, se abren a caminos alternativos. A pesar de mantener un pie en el sector primario, empiezan a estirar el otro hacia el sector terciario, ofreciendo servicios y experiencias (Pine y Gilmore, 2011; Trubek, 2008).

Una de las familias ha decidido no centrarse en la producción de carne, para concentrarse cada vez más en la elaboración de un licor por maceración, acompañando la producción y comercialización de talleres alrededor de las hierbas aromáticas y actividades diversas alrededor de este licor, incluyendo actividades de cohesión de grupo para empresas, entre otros –una combinación que aporta más rentabilidad al modelo de negocio. Otra apuesta para ofrecer experiencias de «baños de bosque», e incluso combinarlos con degustaciones de cultura (música y danza) y de alimentos de proximidad, ofreciendo así experiencias que combinen naturaleza y cultura. La tercera todavía se encuentra en un momento de incertidumbre: no sabe si especializarse en maquinaria agrícola y servicios vinculados a la misma o si reconvertirse al turismo rural. Actualmente, se encuentran bastante perdidos y buscan una forma de reinventarse que les asegure el futuro.

Este nuevo momento coincide con la llegada a la madurez de la tercera generación, que en el caso de estas familias se mueve entre los veinte y muchos y los cuarenta y pocos años. La presentan unánimemente como la edad de las grandes decisiones (las que ya han tomado recientemente o las que todavía deben tomar): continuar o no con el proyecto familiar y, sobre todo, cómo hacerlo. Las sensibilidades de esta generación se inclinan hacia la proximidad, la sostenibilidad y el valor añadido de ofrecer experiencias, pero topan con las limitaciones normativas y de mercado. No tienen ganas de luchar contra molinos de viento ni de dejarse «la piel» como sus padres y abuelos y sienten que han recibido claramente el mensaje por parte de administraciones y grandes productores de que, a pesar del discurso oficial, no son bienvenidos. El futuro es incierto y, a la vez, aún alberga algunas posibilidades. Una persona de esta generación lo resumió diciendo: «ahora quieren que hagamos un parque temático de la vida de campo, y están dispuestos a pagar por una cata de vinos, de ratafías, de quesos que después no consumirán en el día a día, porque la comida de la familia la compran en el Bon Àrea (ríe). Pero si lleva la etiqueta de kilómetro cero, pues todo bien, ¿no?».

5. Discusión y conclusiones

Las trayectorias descritas revelan una tensión persistente entre continuidad y transformación arraigada en factores económicos, políticos y legales. Nos encontramos ante una cuestión, una encrucijada, demasiado poco tematizada, de decisiones colectivas: qué modelo de país en relación con la tierra, el campesinado y la ganadería queremos y cómo queremos que se alimente. El campesinado familiar opera en un marco de regulaciones, estructuras de mercado y políticas públicas que determinan qué es viable producir, cómo comercializar y con qué márgenes. Tras trabajar en esta investigación con las familias que han participado en el estudio, parece prudente concluir que el modelo de campesinado familiar aún tiene un gran valor simbólico en el ámbito del discurso, pero no es en absoluto fomentado en las prácticas de las políticas públicas.

Si nos enfocamos en los giros que justo trazábamos y que responden, aproximadamente, a las trayectorias de las tres generaciones analizadas, nos encontramos que el primer giro, marcado por la tecnificación, significó una modernización que prometía rendimiento y eficiencia, pero que incrementó dependencias: a la maquinaria, al crédito y a los proveedores de elementos de producción (semillas, piensos, abonos, energía, piezas de repuesto). Durante el final del franquismo y la transición, el marco normativo era relativamente laxo y permitía una cierta libertad de actuación. Con el paso de los años, especialmente a partir de la integración en la Comunidad Económica Europea, las regulaciones sanitarias y medioambientales establecieron estándares más exigentes que redujeron los márgenes de autonomía y requirieron inversiones adicionales. En paralelo, la concentración de la distribución reforzó una lógica productivista orientada a volumen y precio que a menudo escapaba al control del productor pequeño o medio.

El segundo giro, hacia la artesanía y la proximidad, presenta una respuesta orientada a recuperar valor añadido por la vía de la calidad, la trazabilidad y la venta directa. Aun así, esta estrategia topa con barreras reguladoras crecientes y asimetrías de mercado. Cuando la etiqueta «local» o «kilómetro cero» convive con grandes campañas comerciales, el pequeño productor tiene que soportar costes y requisitos para diferenciarse, mientras compite con actores con más recursos que pueden apropiarse del relato territorial.

Finalmente, el tercer giro, el de la diversificación hacia el sector servicios, evidencia la necesidad de generar nuevos ingresos sin abandonar del todo la producción. La apertura al público de granjas, catas y talleres genera oportunidades, pero desplaza parte del tiempo productivo hacia tareas de acogida, comunicación y gestión, hibridando el sector primario con el terciario, sobre todo en el ámbito del turismo y el ocio. Esta terciarización parcial no es accesoria: es una adaptación a un entorno que remunera insuficientemente el producto primario y que premia la experiencia. La pregunta de fondo es política: ¿queremos un sistema alimentario que dependa de estos complementos para sostener la producción de los pequeños productores locales? ¿No hay maneras de favorecer que sigan trabajando en aquello que saben y quieren hacer, devolviendo parcialmente la posibilidad de producir lo que comemos a las familias campesinas y ganaderas?

En conjunto, y para ir acabando, podemos decir que a día de hoy nos encontramos frente a una hibridación estructural del mundo agrario: combinaciones de producción, venta de proximidad y servicios que buscan estabilizar rentas en un marco de regulaciones más exigentes y poder de mercado concentrado. La continuidad del campesinado –como actividad económica y como infraestructura alimentaria– depende menos de los relatos sobre la tradición y más de decisiones públicas sobre precios e intermediarios, compras públicas que prioricen proximidad y calidad, requisitos sanitarios proporcionales a la escala productiva y apoyo efectivo a la transformación y comercialización a pequeña escala. No se trata de preservar una imagen idealizada de la vida rural, sino de asegurar que producir alimentos en pequeño y medio formato sea viable con reglas claras y justas para quienes producen y para quienes comen.

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Cita recomendada:

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